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Razones

Las razones para una Transición Proteica son un decálogo categorizado en tres grandes grupos: derechos de la naturaleza, derechos humanos y derechos animales.

Derechos de la Naturaleza

La ganadería industrial es la causa principal de desaparición de especies por el impacto que tienen sus residuos en los ecosistemas y por el aumento de la frontera agrícola, la que destina la mayor parte de sus recursos a producir el grano para engordar a los animales. El 75% del suelo agrícola está destinado a dicho propósito. El resto de factores que provocan la pérdida de biodiversidad surgen de la explotación directa de organismos como: el tráfico de especies, la pesca, la caza, los efectos del cambio climático, la contaminación y las especies no-nativas o introducidas. En todas ellas el sistema agroalimentario, y específicamente la producción de ganado, juega un papel importante contribuyendo directa o indirectamente a las mismas. Para revertir esta situación, se precisa una disminución significativa de la producción de carne y de otros productos de origen animal, para evitar así la pérdida de biodiversidad asociada. Este deterioro de la diversidad, aunque menos presente en los debates colectivos, pertenece al mismo rango que el calentamiento global y la crisis climática.

Agua, Aire, Suelo y Clima. La ganadería representa la mayor fuente de contaminación del agua del planeta. Utiliza cantidades escandalosas de agua dulce. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO por sus siglas en inglés), «1 litro de trigo requiere 1.500 litros de agua, y para 1kg de carne se necesitan 15.000 litros. Se necesitan aproximadamente 3.000 litros para satisfacer las necesidades alimentarias diarias de una persona; se necesita 1.000 veces más agua para alimentar a la población humana que para satisfacer su sed. Hay suficiente agua. Las necesidades alimentarias del mundo deben satisfacerse en los próximos 50 años, pero es necesario mejorar la asignación, el suministro y la eficiencia, mejorando radicalmente para evitar nuevos conflictos por el agua, que ya están ocurriendo.» También representa la principal fuente de emisión de gases de efecto invernadero. Puede afirmarse que contamina más una persona que lleva una dieta cárnica en bicicleta que otra vegetariana en un todo terreno, aunque el escenario ideal sería aquel donde se escogen las dos soluciones más conscientes y que menor impacto causan en el planeta. La producción ganadera es la actividad humana a la que más superficie se dedica, especialmente por las tierras destinadas a cultivos de engorde. Ocupa casi un tercio de la superficie terrestre libre de hielo. No sólo no podemos seguir convirtiendo tierra silvestre en suelo agrícola, sino que debe revertirse esta situación para combatir la crisis climática. Las emisiones producidas por el sistema alimentario, incluidas la producción y el consumo, representan hasta el 37% del total de emisiones mundiales de gases de efecto invernadero (GEI). Esta estimación sólo tiene en cuenta los datos terrestres y no las emisiones de la acuicultura y la pesca.

Derechos Humanos

La ganadería utiliza casi el 90% de la producción de grano global para el engorde de animales, constituyendo la clave para entender la escasez de alimentos a nivel mundial. Para entender la relación existente entre la explotación animal y el hambre mundial hemos de revisar el concepto de eficiencia alimentaria, y contrastar la producción versus la inversión. Si la producción es el alimento obtenido y la inversión son los recursos utilizados para obtenerlo, la obtención de proteína de vegetal cuesta mucho menos que la de origen animal. Utilizar como forraje los granos comestibles que podrían alimentar directamente a la población humana no es eficiente, puesto que el proceso de convertir la proteína vegetal -y los demás nutrientes presentes en los granos- en proteína animal, requiere de demasiada energía (Cassidy et al., 2013). Si los recursos utilizados en la producción de cultivos que se usan actualmente para la alimentación animal (y otros usos no alimentarios) se destinan al consumo humano, se obtendría un 70% más de calorías que podrían alimentar hasta a cuatro mil millones de personas más cada día (West et al., 2014).

Los pueblos que mantienen su identidad cultural han visto vulnerados históricamente sus derechos por países cuyas políticas se basan en la colonización y en el saqueo de las riquezas naturales de sus territorios. Estos pueblos se enfrentan a corporaciones y grandes empresas que se apropian de sus recursos naturales devolviendo a cambio minería a cielo abierto, tala indiscriminada de bosques nativos para la cría de ganado, instalación de macrogranjas y cultivos de soja transgénica. La pérdida de bosque nativo significa no sólo la desaparición de sus territorios, sino también la pérdida de sus alimentos, de su medicina ancestral y de sus accesos al agua potable, acciones que atacan y reducen sus diferentes identidades invisibilizando su riqueza cultural. Al verse despojadas de sus tierras y recursos, estas comunidades han sido condenadas a la pobreza y a la exclusión social. Organismos como la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH) sostienen que por razones históricas, principios éticos y humanitarios, es un compromiso ineludible de los Estados proteger especialmente a los pueblos indígenas. Por todas estas razones y por todo el planeta, los pueblos originarios luchan en contra del aumento del latifundismo ganadero.

El modelo productivo de alimentos alberga situaciones de profunda violencia y desigualdad. Los pequeños productores son obligados a comprar a las grandes compañías semillas transgénicas, fertilizantes y pesticidas, para producir monocultivos sin garantías de recuperación en caso de perder sus cosechas. El efecto que los agroquímicos causan en el suelo, sumado a las cada vez más impredecibles circunstancias climáticas, multiplica estas violencias que derivan en grandes movimientos migratorios, donde los campesinos se desplazan a nuevos territorios con la esperanza de encontrar tierra fértil y en muchos casos acaban perdiéndolo todo. «Una de las consecuencias son los crecientes suicidios de campesinos en India, según datos de la Fundación Vicente Ferrer», destrozando familias y quebrando sociedades. Las granjas industriales y fábricas procesadoras de productos cárnicos contratan a personas migrantes, indocumentadas, procedentes de países pobres y en conflicto, pagándoles salarios ínfimos por jornadas laborales extremas que pueden considerarse una forma de esclavitud moderna, en ambientes rodeados de violencia e inseguridad, con severas carencias de protección, atención y sin la formación adecuada, una realidad muy común en los mataderos. Esta situación ha provocado la movilización de sindicatos, huelgas y protestas en varios países.

Las políticas públicas que asignan los grandes subsidios que permiten la especulación de los precios de los alimentos y la evasión fiscal, están relacionadas íntimamente con la actividad de grandes empresas que mediante el lobby político y tráfico de influencias perpetúan márgenes y beneficios corporativos, e involucran un conjunto de prácticas contables que dan lugar a problemas sociales, políticos, legales, contables y ambientales, externalidades difíciles de identificar o cuantificar, que se fraguan a espaldas de los medios de comunicación y los ciudadanos. El intervencionismo de las políticas agrarias de los países del mundo tiene por objetivo rebajar el precio de las materias primas o productos básicos también llamados commodities (soja, maíz, etc.) con los que se engorda al ganado, productos cuyo precio fue previa y artificialmente inflado en el mercado de valores y que solo enriquecen a unas pocas empresas en todo el planeta.

La ganadería representa una bomba de relojería biológica que nos enfrenta a un aumento exponencial de las pandemias. En primer lugar por el hacinamiento de animales consecuencia del aumento -en términos de volumen- de especies destinadas al consumo, es el origen de todas las pandemias conocidas hasta la fecha. Todas tienen como punto de partida el consumo de carne animal por lo que son zoonóticas, y no se conoce una sola que haya surgido como consecuencia de consumir alimentos de origen vegetal. En segundo lugar, la destrucción de la biodiversidad debilita la función que ésta tiene de actuar como barrera frente a los virus. Mientras más delgada sea esta barrera, más cerca estamos de convivir con los virus y las súper bacterias. Teniendo en cuenta que, según La Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas IPBES (siglas en inglés), sólo el 4% de los mamíferos del planeta viven en la naturaleza, y el resto lo conformamos los humanos y el ganado, se entiende fácilmente y de forma muy intuitiva que los virus tiendan cada vez más a alojarse entre nosotros y los animales que vamos a consumir, que en términos prácticos y a efectos de exposición a nuevas pandemias, es lo mismo.

El hacinamiento en que viven los animales en las ganaderías intensivas con el fin de poder mantener el actual modelo productivo de proteínas, provoca en los animales múltiples enfermedades y que ocho de cada diez toneladas de antibióticos que se producen en el mundo tengan como destino a las explotaciones ganaderas. Mientras los humanos nos exponemos cada vez más a nuevos virus y superbacterias acercándonos a una situación sin precedentes y sin tener ningún plan de contingencia, estamos provocando una combinación devastadora para la especie humana. En un escenario en el que necesitamos la máxima efectividad de los antibióticos, estamos generando más resistencia a ellos a través de su ingesta en el consumo diario de carne, generando un gran negocio entre la industria de la carne y la farmacéutica. Además, la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer de (IARC por sus siglas en inglés) de la OMS (Organización Mundial de la Salud) ha recomendado en varias ocasiones reducir el consumo de carne -especialmente la procesada- y estudios como el realizado por científicos de la Universidad de Harvard (Estados Unidos) y publicado en New England Journal of Medicine en 2022, han concluido sobre los daños a la salud asociados al consumo de lácteos. Esta combinación de elementos apunta al peor escenario posible en materia de salud. El consumo de carne y lácteos está asociado a la proliferación de distintas enfermedades cardiovasculares y algunos tipos de cáncer, condiciones a las que nos exponemos a través de nuestras decisiones de consumo y que en muchos casos dependen del gasto público asociado al tratamiento de estas enfermedades.

El actual sistema alimentario nos ofrece un modelo productivo que se contrapone a la conformación de una sociedad pacífica y más equitativa. El modelo productivo actual condiciona nuestro consumo y nos hace partícipes de forma directa e indirecta, sea a través de nuestras decisiones de consumo o por el destino que se le da a nuestros impuestos, de un modelo que promueve la violencia social a gran escala. Tenemos el derecho a conocer el origen de nuestros alimentos y a poder tomar decisiones más conscientes e informadas. Sabemos poco o nada sobre todos los procesos que tienen lugar dentro del modelo productivo establecido. Un ejemplo: recientes estudios demuestran que un importante porcentaje de las personas que trabajan en mataderos muestran comportamientos sociales agresivos y de consumo de drogas, además de padecer frustración y depresión, todos ellos mecanismos desarrollados inconscientemente para soportar las imágenes y las situaciones diarias de alta carga de violencia. En contraposición, una transición social y personal hacia una dieta basada en plantas, nos conduce a reflexionar mejor sobre la violencia inherente en la ganadería tal y como se la conoce a día de hoy y nos brinda la posibilidad de asumir una nueva forma de relacionarse con el entorno, favoreciendo una cultura de paz.

Derechos Animales

Tras el argumento de “siempre hemos comido carne” se obvia en el debate, de forma tendenciosa, que nunca antes se habían hacinado ni maltratado a tantos animales ni sus consecuencias. Si recordamos la ganadería de nuestros antepasados veremos que poco o nada tenía que ver con este modelo industrial basado en el hacinamiento, que a veces se define como “ganadería intensiva” que no es más que un eufemismo para blanquear una industria cuestionada por todas las informaciones sobre su funcionamiento que han salido a la luz en los últimos años. Por otro lado, nunca antes habíamos tenido tanta información sobre la vida cognitiva y emocional de los animales, lo que nos enfrenta a un gran dilema ético: estamos tratando peor que nunca y como meras cosas, a seres que, ya sabemos, sienten lo mismo que sentiría un ser humano en su lugar. La declaración de Cambridge, firmada en 2012 por prominentes científicos en la Universidad de Cambridge (Reino Unido), y la Declaración de Toulon firmada en 2019 durante el Simposio de Juristas en la Universidad de Toulon (Francia) sobre la personalidad jurídica de los animales, pusieron en valor que la ciencia y el derecho ya no tienen dudas respecto a la capacidad de sentir y experimentar de los otros animales. Son seres sintientes.

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